domingo, octubre 23, 2011

JACK VANCE - El planeta gigante


 A Jack Vance le debo eterna gratitud por las innumerables horas de apasionante lectura que me proporciono durante mi etapa adolescente. Acostumbraba a pasar las largas tardes estivales pegado a las páginas de Los Príncipes demonio, El planeta de la aventura o La saga de Cugel, absorto ante los mundos repletos de magia y misterio que surgían de la fértil imaginación de Vance; quizá sea ésta su gran virtud: la capacidad de crear lugares fascinantes para sus lectores gracias a la habilidad con la que describe los pequeños detalles que forman parte del mundo que presenta .

El planeta gigante (1952), publicado originalmente por entregas en Startling Stories  para pasar a ser editado como libro en 1957, es el primero de una duología que se completa con Showboat World (1975). En su momento, la novela era un compendio de todas las virtudes que Vance atesoraba y que ponía al servicio del lector mediante la utilización de la fantasía en lugar de ciencia y la aventura como motor principal de la narración; un mecanismo que ya había explorado con excelentes resultados en La tierra moribunda (1950), a la que imita en cuanto a planteamiento y estilo, aunque con un menor desarrollo del argumento y los personajes, como si El planeta gigante fuera una versión "deshidratada" de un proyecto mayor que vería la luz cuando hubiera provado todas las posibilidades que reunía como escenario en el que desplegar todo el potencial imaginativo que era capaz de desarrollar. La perspectiva de un mundo varias veces mayor que la Tierra, colonizado 500 años antes por todo tipo de inadaptados en busca de un lugar en el que establecerse al margen de la ley y de convencionalismos sociales, era tremendamente atrayente para Vance; el resultado final de la idea fue un mundo en el que cada pocos kilómetros un viajero se podía encontrar con las más extrañas comunidades, cuyo único punto en común era su atraso tecnológico respecto a la terrestre. En este inmenso escenario, Vance pone en marcha su vocación de antropólogo de lo imposible para inventar todo tipo de sociedades que describe con minucioso detalle, incidiendo especialmente en la relación de éstas con la ecología, la economía, la organización política, la tecnología o la gastronomía, un elemento recurrente en sus narraciones que utiliza para describir al lector festines pantagruélicos a base de los más refinados manjares.  En realidad, son estas culturas y paisajes los verdaderos protagonistas de las narraciones de Vance, permaneciendo en la mente del lector mucho tiempo después de haber leído sus obras.

Para no desmerecer a  El planeta gigante, debemos de colocarnos en el contexto temporal en el que fue escrito y tener en cuenta la importancia que tuvo en su día, constituyéndose como un referente en lo que en el mundillo de la ciencia ficción norteamericana se llamó Planetary Romance, consistente en una narración de aventuras que tenía como escenario un imaginario planeta extraterrestre. El precedente aún fresco en la memoria de La tierra moribunda arrastró a numerosos lectores hasta la nueva novela de Vance en busca de renovadas maravillas que saciaran su sed de entretenimiento. Y sin duda que la saciaron de la mano del grupo de terrícolas que deben sobrevivir en el inmenso planeta en el que ha caído su nave tras sufrir un sabotaje perpetrado por agentes del Bajarnum de Beaujolais, tirano lanzado a la conquista del planeta que no ve con buenos ojos la ingerencia del gobierno terrestre en los asuntos del Planeta gigante. El argumento de la novela gira en torno de los pasajeros de la nave accidentada: un grupo de científicos y especialistas capitaneados por Claude Glystra con la misión de realizar un informe sobre la situación del planeta. Los supervivientes del aterrizaje forzoso, junto a Nancy, la hermosa joven que los ha auxiliado, emprender un largo periplo que los llevará a través de 40.000 kilómetros de un territorio habitado por todo tipo de sociedades, muchas de ellas hostiles, hasta el lugar que hace las veces de embajada terrestre en el planeta. Ante la ausencia de modernos medios de locomoción debido a la falta de metales o hidrocarburos, el viaje lo deben realizar a pie o bien utilizando como montura algunos de los distintos animales que ofrece la fauna nativa.

 Una vez asentadas las bases, el relato se va construyendo a  través de encadenar episodios que nos ponen al corriente de  las aventuras acometidas por el grupo de terrestres al contactar con los distintos pueblos que habitan el planeta; de esta manera, vamos descubriendo algunas de los más pintorescos grupos que colonizaron el planeta, y como han evolucionados sus descendientes de acuerdo a las premisas con las que fueron educados hasta convertirse en arborícolas que no pisan el suelo, tribus de gitanos nómadas, los salvajes y caníbales Rebbirs de las estepas, los opulentos habitantes de Kirstendale, los videntes de Myrtlesse, etc. A todo esto hay que añadir la implacable persecución que sufren por parte de los hombres del Bajarnum de Beaujolais, y a la existencia de un traidor entre el grupo terrestre, todo ello aderezado con la inteligente prosa descriptiva que transforma las palabras en imágenes de singular belleza, los ingeniosos diálogos o la  habitual ironía y sentido del humor del maestro Vance.

Sin tratarse de una de las mejores creaciones de Vance, la novela se puede leer todavía con agrado pese a los muchos defectos que detectamos hoy día en su planteamiento y desarrollo, no hay que olvidar que la novela tiene más de sesenta años y el peso de las corrientes literarias que aparecieron con posterioridad a la década de los 50 han condicionado nuestra manera de enjuiciarla. Si El planeta gigante se hubiera escrito recientemente le habríamos achacado que, pese a recrear perfectamente los escenarios, no termina de hacer creíble el mundo que quiere inventar, afectando por extensión a la credibilidad de los personajes que pululan por él y que deben servir para que el lector pueda relacionarse emocionalmente con el universo creado, pero todo esto es secundario una vez empezada la lectura. Y es que a Vance, al que nunca le interesó lo más mínimo crear una tecnología creíble en sus obras, lo que de verdad le interesaba era entretener al lector. Y en ese aspecto cumplía con creces.

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